domingo, 15 de enero de 2012

Un deporte milenario: interioridades del mundo del Sumo (2)

En el sumo cuanto más alto se llegue mejor: sólo cuando un rikishi, o púgil, asciende a la poco habitual categoría superior de ozeki o yokozuna (gran campeón), su vida empieza a ser fácil. Los luchadores de menor rango se convierten en sirvientes de los anteriores, y se ven obligados a hacer casi de todo, desde actuar para ellos como recaderos hasta cepillarles la espalda.



En la mayoría de los los locales denominados heya, las instalaciones donde los luchadores llevan una vida de carácter comunal con otros rikishis, un día normal empieza a las seis de la mañana, no con el desayuno, sino con el entrenamiento: una serie de exigentes y tediosos ejercicios destinados a desarrollar la flexibilidad y la fuerza de los combatientes, seguidos por repetitivas series de asaltos entre los luchadores de la misma heya (de hecho, se trata de la única ocasión en que los púgiles de una comunidad combaten entre sí, ya que en los torneos oficiales no pueden hacerlo). El entrenamiento finaliza al mediodía con el baño de los atletas.

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