sábado, 26 de diciembre de 2009

Yuki-Onna

Coincidiendo con la voraz entrada del invierno en nuestro país, acompañado de intensas nevadas, lluvias interminables y fuertes rachas de vientos he creído oportuno dedicar un espacio a esta estación del año.

El invierno en Japón desde siempre ha constituido uno de los temas más recurrentes en el arte y la poesía. El caer de los copos, los paisajes emblanquecidos, la nieve posada sobre los tejados de los templos etc. Un sinfín de bellas estampas que contrastan con una de las figuras más carismáticas del ideario mitológico nipón: Yuki-Onna o la Dama de las Nieves. Toda similitud con los paisajes más arriba descritos se desvanece ante su maligna presencia, y es que ella representa a la Muerte y comparte atributos con los vampiros. Más allá de la alargada y blanca figura de Yuki-Onna no existe una nueva primavera, pues su boca es la boca de la Muerte y sus labios helados absorben la esencia vital de sus desafortunadas víctimas.



La novia de la nieve

Mosaku y su aprendiz, Minokichi regresaban a su aldea en la gélida noche después de un largo viaje. Poco les separaba de su morada pero antes de eso debían cruzar un río. Al llegar a la orilla comprobaron que el barquero se había ido, llevándose el bote a la orilla opuesta. El tiempo, muy desapacible, hizo que desistieran en el intento de cruzar el cauce y decidieron pasar la noche en la pequeña cabaña del barquero. Una vez acomodados, Mosaku se durmió. Minokichi, sin embargo, le costó dormirse a causa del aullido del viento y el silbido de la nieve contra la puerta. Al final, el joven se durmió, aunque al poco tiempo una ráfaga de nieve contra su rostro lo despertó. Al abrir los ojos comprobó que la puerta se encontraba abierta y que en el interior de la cabaña había una mujer vestida con un resplandeciente ropaje blanco. Estaba erguida frente a su maestro Mosaku y al instante se inclinó sobre el anciano, exhalando su gélido aliento como humo blanco. Tras unos minutos, se giró hacia Minokichi y se cernió sobre él. El muchacho intentó gritar pero el aliento de la mujer era como un golpe de viento helado. La mujer le susurró que tenía pensado hacerle lo mismo que al anciano pero que, debido a su juventud y a su belleza, había cambiado de opinión. Antes de desvancerse, como el humo le dijo que si alguna vez hablaba de esto con alguien, moriría al instante.
Minokichi aturdido llamó a su querido maestro: ¡Mosaku, Mosaku, despierte! Ha sucedido algo espantoso. Pero no obtuvo respuesta. Al tocar las manos gélidas de su maestro, Minokichi comprendió que este había muerto.



Al invierno siguiente, mientras Minokichi regresaba a su casa tras terminar sus labores, coincidió con una hermosa muchacha llamada Yuki, que le explicó que se dirigía a Yedo para trabajar como sirvienta. Minokichi quedó prendado de la joven tan intensamente que se atrevió a preguntarle si estaba comprometida para contraer matrimonio con algún muchacho. Ella respondió negativamente así que Minokichi se la llevó a su casa y a su debido tiempo se casó con ella. Yuki dio a luz a diez hermosos niños cuya piel era más pálida de lo habitual. Una noche, mientras Yuki estaba cosiendo, su rostro relucía por la luz de una lámpara de papel y Minokichi recordó la aterradora experiencia que había vivido un año antes en la cabaña del barquero. Yuki – dijo -, me recuerdas a una hermosa y pálida mujer que vi en una ocasión, cuando tenía dieciocho años. La mujer mató a mi maestro con su gélido aliento. Supongo que sería algún espíritu sobrenatural y tu, esta noche, te pareces mucho a ella.
Yuki dejó a un lado su labor. En su rostro se dibujaba una sonrisa horrible mientras se acercaba a su marido para decirle entre siniestras carcajadas: ¡Era yo, Yuki-Onna, la que apareció ante ti aquella noche, la que mató lentamente a tu maestro! ¡Desgraciado, has roto tu promesa y has desvelado el secreto! ¡Si no fuera por nuestros hijos, te mataría ahora mismo! Recuerda, si alguna vez se quejan de ti, lo sabré y, una noche en la que la nieve caiga, te mataré.



A continuación, Yuki-Onna, la Dama de las Nieves, se convirtió en una pálida niebla y ascendió por la chimenea para no regresar jamás.

Historia sacada de Mitos y Leyendas de Japón de F. Hadland David

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